Primera Nacional | Patronato (Paraná)

¡El Negro se fue de la B!

El Patrón ya es de Primera y Solo Ascenso repasa las primeras sensaciones de cada protagonista tras obtener el ascenso. Entrá y viví desde adentro la intimidad del plantel.

Publicada: 08/12/2015 18:30:49

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Patronato logró lo que muchos no creían y miles esperaban: ascendió a la Primera División del fútbol argentino. Por mérito propio y sin que le regalen nada, recorriendo el camino más largo para llegar a destino y hacerse un lugar entre los grandes. Sin artimañas ni golpes bajos: subió por su fútbol, por el trabajo de todo un año, por la humildad de sus jugadores y cuerpo técnico, por la madurez de los “chicos del club” que “ya son hombres”, como dijo el propio Iván Delfino, el padre de la criatura.

A pesar de una decena de situaciones de gol y una actuación difícil de calificar del arquero Leandro Requena, las emociones llegaron en el complemento: Matías Garrido, de tiro libre, y Marcos Minetti, de cabeza, a los 10 y 27 minutos, permitieron el 2-0 y los dos que necesitaba para forzar los penales. Ahí, Seba Bértoli, con el aura de los elegidos, escribió otro capítulo a su leyenda interminable. Voló en el penal de Juan Gáspari y con sus alas, todo Patronato a la máxima categoría.

Como canta Sabina, “sobran los motivos” para celebrarlo. Por eso los héroes son llevados en andas, posan para los celulares en una ceremonia familiar. Algunos hinchas, en cambio, cumplen el ritual y la promesa de recorrer el césped del Grella de rodillas, tal como lo hicieron en 2008 y 2010, aquellos años en lo que se gestó esto que ahora se puede tocar y antes era etéreo. Y se arman grupitos de gente para rodear a los tipos que consiguieron lo que se propusieron y varios desconfiaban.

Y allá, la marea rojinegra se lo lleva a Seba Bértoli, el héroe que se acostó en el aire para sacarle el penal a Juan Gáspari y agigantó más su historia en el club que tanto ama. Ya no lleva el buzo puesto: se lo entregó a su viejo para que lo guarde, porque se lo prometió a uno de sus hijos. Y ahí anda Dante, con el traje de héroe en el bolsillo. Él me dice que estos tipos se lo merecían, y coincidimos; me agrega que no se podía sufrir así, que a este mismo Santamarina, los muchachos le sacaron 17 puntos de ventaja y no era necesario llegar a los penales. Y coincidimos, otra vez.

Y la gente canta, salta, filma, grita. Y entona, sobre todo, que el Negro se fue de la B. Y también se acuerda de los primos de la Costa del Uruguay y de los más cercanos, los de barrio Hipódromo y San Martín. Ellos, los hinchas, jugaron su partido, y lo saben. Apostaron por la fe cuando pocos la tenían y fueron varios pares de piernas en la cancha cuando dijeron que entre todos “Lo damos vuelta”. Otros, intentan llevarse algún souvenir: una media, una canillera, lo que quede porque ya no hay camisetas ni pantaloncitos a esta altura de la noche.

Más allá, Walter Andrade, el zaguero de las mil batallas, deja atrás los dolores en la espalda y el cansancio de otra final histórica para zambullirse en el área, de palomita, con el resto de los muchachos. Los viajes largos le costaron al Negro y hasta le hicieron conocer la quiropraxia, aunque éste es el que más disfruta y no opone resistencia: destino Primera División.

Más tranquilo, Matías Quiroga le ata los cordones a su hijo, el mismo pibe que tiene estampado junto a su mujer y su otro descendiente en una remera que reza: “Yo te ví ascender”. Es el tercero de su cuenta personal, me dice el Flaco, que ya se dio el gusto con Unión y Gimnasia La Plata. Aunque éste es especial, sin dudas. Es una de las tantas revanchas que da el fútbol. Y Lucas Márquez, que pasará para el equipo de los casados, disfruta el momento con su novia, la ideóloga de las remeras que lucieron las familias de los futbolistas: "Lo puedes soñar, lo puedes hacer".

Y mientras Diego Jara dedica esta nueva estrella ante el periodismo, Matías Garrido sigue corriendo, como si no hubiera jugado el partido más estresante y desgastante de la temporada. Metió un golazo para reavivar la llama de la esperanza y ahora se dedica a celebrarlo, porque no había tiempo en el partido. Había sido un desahogo; ahora se disfruta. Suena la Nueva Luna y se mezcla con las voces del Pelado Quintana, el Chelo Guzmán, Leo Acosta, Marcos Quiroga, el Facha Martínez, Leandro Becerra, Marcos Minetti y Lauti Geminiani, en una ronda con micrófono incluido. Lo empuña Lautaro Comas, el pibe que jugó como hincha para cumplir su sueño y el de todos. Gambeteó una operación en un hombro y volvió para dejar atrás rivales y una cuenta pendiente.

También está Esteban Orfano, que cambió lágrimas de impotencia por otras de plena felicidad. Y Lucas Mazzulli me dice que “fue un año de mierda” por sus lesiones, pero quedarse “valió la pena”. Lo mismo para Matías Bolatti, que apenas pudo jugar un partido en el año y tuvo que esperar su oportunidad. O Chiquito Bossio, que jugó el clásico y se anota otro ascenso. Ahí están el eterno Gaby Graciani, que tuvo que asumir otro rol para aportar desde afuera y es tan grande como los Bértoli y los Andrade. Un referente que funciona de espejo para los que vienen de abajo. Ahí están, también, Checo Chitero, Miguel Nievas, Tomy Spinelli, Ale Almada, Ale Hollman, Lucas Sanabria, Ema Alarcón, Dalmiro Dettler, Damián Pacco, Agustín Galliussi y Matías Bregant.

Es un grupo homogéneo. No salta para las cámaras. Entrenó todo el año con un ambiente de compañerismo pocas veces visto y no bajó los brazos. El respeto y la igualdad, ante todo. Eso pregonó Delfino desde su llegada y lo consiguió, junto con un staff de laburantes: Martín De León, Ricardo Casini y César Córdoba; más los médicos y kinesiólogos, más los utileros Ramón Castaño y Beto Martínez, y el eterno Titina Álvarez. Un tipo que sabe de vestuarios, Delfino. Con los ojos vidriosos, les dice a los periodistas que se recibió de director técnico con estos muchachos; Patronato, en cambio, hace rato que se recibió de grande.

Juan José Noguera

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