Solo Ascenso | Opinión

El silencio no es más nuestro idioma

Melisa Ojeda

Publicada: 21/08/2018 00:00:00

Ante los hechos de público conocimiento, relacionados a la denuncia de una colega que mostró cómo un periodista y fotógrafo la acosó, Solo Ascenso como medio periodístico se solidariza con ella y con todas las trabajadoras de prensa que han sufrido algún tipo de hostigamiento y lo repudia.

Quién escribe estas líneas conoce de primera mano lo difícil que es para una mujer pisar una cancha y realizar su trabajo con comodidad. Porque una mujer que habla de fútbol primero es desacreditada, siempre tiene que argumentar más de lo que lo debe hacer un hombre y si eso no contenta a los detractores, es acusada de haber pasado por las sábanas de algún jefe, o cuando no, por las de algún jugador.

Y no solo nos pasa a las periodistas. Es común que en los partidos en los que actúa como árbitro principal o jueza de línea alguna mujer, los masculinos presentes no concuerden con sus fallos y su primera reacción sea mandarlas de vuelta a la cocina, como si un estadio fuera territorio exclusivo de la masculinidad. ¿Y saben qué? No, no es solo de ellos. El lugar de la mujer, les guste o no, es el que ella elija.

Siglos de machismo no van a ser borrados así como si nada. Horas y horas de pantalla para hombres gritones que muchas veces no son capaces de hilvanar un argumento sólido se contraponen al pequeño lugar de las mujeres en los canales de deportes, que muchas veces se limita a una participación escueta y de “adorno”. Claro que se ha ido ganando terreno y vemos en transmisiones televisivas masivas u otros programas a Ángela Lerena, Alina Moine o Antonella Valderrey, por citar algunos ejemplos, pero en proporción la presencia masculina es abrumadora.

Luego, la idoneidad es una cuestión dejada de lado a la hora de juzgar la tarea de una mujer. Por ejemplo, y hablando de deportistas, las crónicas y notas que leemos la gran mayoría de las veces se centran en el aspecto físico, el estado civil y las cuestiones personales. No importa cuánto se haya esforzado una atleta de élite para ser campeona, sino si se la considera linda, si su marido no la acompañó (nunca puede faltar un hombre para tener éxito) o si no cuida su figura con una dieta milagrosa. De su capacidad no se habla, ¿para qué?

Las mujeres tenemos que soportar también que los hombres crean que somos un objeto al que pueden fotografiar sin consentimiento, enviar mensajes sin parar, emitir opinión sin habérsela solicitado y soltar una sarta de obscenidades porque ocupan un lugar que piensan que les pertenece. Y no, la cancha, como la calle, también es nuestra. Y tenemos derecho a ir vestidas como queramos. Porque, lamento decirles, la ropa que nos ponemos nos tiene que gustar a nosotras.

Y no, no está “de moda” denunciar a los acosadores. Lo que sucede ahora es que el cerco del miedo se está cayendo y cuando una se anima a saltarlo, hay otras atrás que se unen. Lo que pasa es que ya no se calla ni se naturaliza más ni el acoso, ni la violencia ni la discriminación. Es una ola imparable.

Por ejemplo, en Brasil y a mediados de marzo, las periodistas de los canales deportivos más importantes como Globo Esporte y Esporte Interativo se unieron bajo el lema #DeixaElaTrabalhar (Dejala trabajar) para visibilizar el maltrato y los abusos sufridos tanto en los estadios como en los programas en los que participan. Hicieron un spot que viralizaron y que en su lanzamiento hasta se mostró en el Maracaná, antes de un partido del Flamengo, el club más grande del país.

En Argentina, por la sororidad y la iniciativa de algunas colegas, se creó la cuenta @PeriodistasUni3 en Twitter, en la que se están recopilando denuncias y experiencias de mujeres que trabajan en el ámbito futbolístico para mostrar las desagradables situaciones a las que se exponen por el simple hecho de serlo y por intentar ejercer una profesión en un ámbito que les es hostil en muchos aspectos. No, no somos exageradas.

Y no, tampoco tenemos la culpa. Y ese es uno de los puntos más repugnantes que se evidencian cuando algún caso de abuso se hace público: parece que es más fácil culpar a las víctimas, humillarlas y juzgarlas, que poner el foco en el individuo que realmente hizo el daño. No es ni el maquillaje, ni la pollera corta, ni la hora en la que salimos a la calle, ni si mostramos buena onda. No hay excusas, no hay motivos.

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